Javier Vargas |
Uno de los mayores sentimientos y de las mayores consecuencias que ha logrado el gobierno Venezolano ha sido la desesperanza. Todas sus acciones solo han llevado a la creencia de que ya no hay nada más que hacer que vernos morir como país, lentamente.
La desesperanza es la mayor arma de destrucción masiva que
ha podido surgir de los laboratorios comunistas, mediante ella consigues que
los ciudadanos dejen de luchar, dejen de resistirse y decidan obedecer por creer
que no tienen opción alguna.
Esa creencia de que no hay más opción es la misma que usan
los partidos actuales de “oposición’’ (oposición oficialista como la llama mi amigo
Joelvin Villarreal en su artículo ¡Candelita que se Prenda, Candelita que se
Apaga! http://librepensadoresdelzulia.blogspot.com/2015/10/candelita-que-se-prenda-candelita-que.html ) Para hacer creer a los ciudadanos que la última esperanza son ellos y
que sus soluciones son las últimas que quedan en un país desesperanzado. Los
que conocemos la realidad sabemos que este no es más que un método mediante el
cual el régimen se asegura de que la real esperanza nunca surja, ya que ésta aflora
solita en una mente con suficientes ratos de meditación al respecto (en quince
años deben haber unos cuantos). En su lugar, los partidos políticos nos dicen
“no, no piensen, nosotros ya estamos pensando por ustedes y ésta es la
solución”. Entonces inflan como un globo las expectativas de los ciudadanos
para luego tirarlos al suelo una vez más al verse todos derrotados en unas
elecciones arregladas.
Muchas veces la desesperanza es algo con lo que, los que
sabemos la verdad de la situación política en Venezuela, también debemos
lidiar. No es fácil de buenas a primeras que te digan que tu única salvación de
las garras del régimen es en realidad una garra más de éste que pretende
doblegarte. Por lo menos cuando eres como yo, que fui sumergido en esta verdad
mientras creía ingenuamente en los partidos políticos de oposición. Es como un
balde de agua fría que hace que de súbito, todas las piezas encajen.
Aún más difícil para uno es, hacer ver a las demás personas
ésta verdad. La mitad de las veces la desesperanza se va tornar en rabia, en
odio, en incredulidad (“pero si tienes que ver como habla Lilian de sus hijos!
Como va a ser una mentira?!”), los más calmados te dirán en su tono más
desesperanzado “si no son ellos (la oposición) que nos queda? Qué más podemos
hacer?” o te increpan en tono retador “si no te gusta su propuesta tu que
tienes para ofrecer?” y créanme que la desesperanza está tan arraigada en la
psiquis, que al explicarle con tono orgulloso que la mejor opción es
organizarse y alzar la voz de manera voluntaria en contra de un sistema
corrupto, se ríen y te dicen que es imposible o que eso tomaría demasiado
tiempo. La desesperanza se ha vuelto tan intensa y el juego emocional con el
que cargan cada evento electoral es tal, que hace pensar a las personas que de
un sistema como éste, con raíces tan profundamente enterradas, se puede salir
un lunes en la madrugada. Eso si deciden entregar resultados temprano.
La verdad es que vivir en Venezuela durante éste régimen
debe haber vuelto rico a más de un terapeuta.
Decidí escribir éste artículo luego de darme cuenta que me
echaría a toda mi familia y amigos encima si seguía diciendo la cruda verdad y
que la razón de sus respuestas tiene que ver con la misma carga emocional con
la que el régimen intenta llenar a todos los habitantes de Venezuela.
He aprendido que la realidad debe ser suministrada a dosis
pequeñas y poco a poco, sembrando la semilla de la verdadera libertad y dejando
que las personas por si mismas lleguen a la conclusión de que nadie más que
nosotros mismos, los venezolanos, por voluntad propia, podemos detener esta
locura comunista que pretende llamarse gobierno.
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