Hace muchos años quedó en evidencia que el régimen chavista es una agencia operativa de la dictadura cubana, y sus métodos son los mismos, aunque con ciertos modismos adaptados a las circunstancias específicas de Venezuela.
Chávez, a diferencia de Castro, no tuvo que fusilar a nadie; en su caso, el método escogido fue el de las transferencias bancarias, a tantos humanos con rabo de paja, que si se les prendiera un fósforo en las posaderas, la hoguera se visualizaría en la estación espacial que orbita el planeta Tierra.
El régimen, y el secuestro que ejecutó sobre el Poder Judicial, se puso en evidencia llenando las cárceles de presos políticos desde hace trece años, cuando condenó con la máxima pena posible, treinta años, a personas inocentes; mientras los culpables, que fueron grabados disparando a mansalva a una población desarmada, fueron premiados por la revolución, algunos con cargos diplomáticos muy atractivos.
Luego vino aquella imagen dantesca de magistrados del Tribunal Supremo de Justicia – TSJ – coreando en sesión plenaria: “Uh, Ah…Chávez no se va” y su presidenta declarando a todo pulmón que la revolución siempre estaría por encima de todo, incluyendo la justicia. Confesó que la “justicia” aplicable es aquella que le sea conveniente a la revolución.
A partir de tantos hechos aberrantes, sucedió un cúmulo de acontecimientos que no hicieron otra cosa que profundizar el hueco donde enterraron al Derecho.
Serían demasiados los ejemplos a citar, pero recordemos cómo el TSJ permitió celebrar referéndums inconstitucionales en 2007 y 2008; y terminar de clavar su daga revolucionaria cuando los magistrados – y la MUD – se hicieron los locos con decretos presidenciales firmados por un Chávez que tenía semanas de fallecido; y aquellas sentencias insultantes, donde violando cínica y doblemente la constitución, dieron luz verde a Maduro para que fuera presidente.
Todas estas cosas se sabían de sobra, demasiadas pruebas se han acumulado para que cualquier persona con dos dedos de frente entienda que aquí no existe justicia, y que las instituciones que dicen representarla, son una quimera, una mentira con nombres rimbombantes, que no hacen diferente a los tribunales de cualquier casita de plástico, colocada sobre el tablero de un juego de Monopolio, jugado por malandrines que no respetan reglas de la vida ni de nada.
La justicia en Venezuela, es igual a las sesiones del parlamento, a las declaraciones del defensor del pueblo, del fiscal, del contralor; es igual a las elecciones; es un concepto altisonante: “justicia”, que se prostituyó y cayó en manos de una mafia que se la violó con tal nivel de animalidad, que la redujo a un despojo inerte, cuya única valía es el uso que le pueda dar la revolución para seguir engañando a los incautos. O sencillamente para servirle de traje de gala en el festín de los hipócritas, donde siguen bailando felices y enmascarados casi todos los dirigentes políticos de cualquier tendencia; y muchos integrantes de la sociedad civil “enchufada”.
López es un caso singular y es difícil tocar este tema en momentos donde tantos sentimientos pasionales circulan por los aires. Pero si queremos ponerle sindéresis al país, se requiere hacer análisis frío de los hechos, evitando las subjetividades de cualquier tipo, que pudieran empañar la posibilidad de entender qué cosa está pasando.
No hay duda que su cárcel es una aberración. Todo el proceso que se le siguió fue una farsa colosal, desde su orden de detención hasta la predecible y aberrante sentencia que se le dictó.
Nada justo puede extraerse de una pantomima semejante, pero sí hay cosas que deben someterse al juicio crítico de los venezolanos, porque esto – pese a la cruel tragedia que significa para la familia López – no se trata exclusivamente de una persona en concreto, y sería un error imperdonable hacer de lo que está ocurriendo una épica individual, ajena al contexto que rodea todo el asunto, y en donde cada uno de nosotros somos afectados directos.
López ha sido miembro principal de un conglomerado político – la MUD – que ha evadido una cuestión de vida o muerte para la nación: el hecho de estar secuestrados por una organización criminal que no respeta ningún derecho humano, y que notablemente carece de cualquier tipo de legitimidad.
Este conglomerado político ha decidido darle trato de gobierno a una mafia, y asumida esa actitud, han llevado su vida como si en Venezuela no pasaran las cosas que pasan, insistiendo en narrar un cuento de ficción que atrapa a los ingenuos, empujándoles a un teatro de mentira, donde se experimenta una realidad paralela, en una dimensión en donde los años pasan y la trama siempre es la misma.
Este conglomerado político ha aplaudido la obra de Chávez; ha hecho campaña reivindicando su farsa y ha mitificado su imagen. La esposa de López ha manifestado abiertamente su dolor por ver comprometido “el legado” del felón por cuenta de su sucesor. Y principales figuras del partido de López hablan de Chávez como si éste hubiera sido un dignatario respetable. Hace pocos días se retrataban felices con los socialistas del mundo, ratificando su visión de izquierda, algo que sería inocente y válido si no fuera por lo afectado que está el destino venezolano por cuenta de esa ideología fracasada.
Estos hechos son graves y se suman a otros que ya habían dejado malos precedentes.
A sabiendas de la falta de condiciones para celebrar comicios, López invitó al país a seguir ese rumbo electoral. Siendo jefe de campaña de Capriles, hizo mutis ante el fraude gigantesco que se perpetró en 2012 y luego, otra vez, en 2013; poniéndose a trabajar activamente para ser protagonista pocos meses después en otra farsa conducida por un Consejo Nacional Electoral, cuya naturaleza envilecida es exacta a la de los tribunales.
En 2014 la calle reventó de hastío, fueron demasiadas las mentiras acumuladas, y la frustración llegó a su cénit. Miles de personas, especialmente jóvenes, decidieron jugárselo todo, y enfrentaron con gallardía a las fuerzas del terror.
López fue astuto y buscó capitalizar el momento, acuñando el concepto de “La salida”, tema del que ya se venía hablando en diversos sectores durante los meses previos. Ejerciendo su liderazgo, encabezó manifestaciones y pronunció discursos sonoros. Allí el régimen ubicó al chivo expiatorio que necesitaba para endosarle sus crímenes y le dictó orden de captura.
Aquí es donde todo se complica y las pasiones se mezclan, haciendo muy peligroso siquiera pensar sobre el tema sin temor a ser el blanco de cualquier tipo de insultos fanáticos.
¿Una orden de captura hecha por unos mafiosos confesos?
Semejante ironía ameritaba una carcajada para cualquier persona viviendo la realidad y no la ficción. Y, para el afectado, una razón más que justificada para no acatarla, teniendo la oportunidad de oro para declarar su desconocimiento a una autoridad írrita, que usa la institucionalidad como brazo ejecutor de sus fechorías.
Pero López optó por lo insólito, decidió entregarse, no sin antes organizar una concentración de personas para televisar mundialmente su rendición. El acto fue un mitin político – sobre la estatua de Martí – y los eventos subsiguientes fueron dignos del realismo mágico que cincela las facciones de Latinoamérica.
Vimos a un López lanzando consignas desde una tanqueta de la Guardia Nacional que lo apresó; y luego siendo conducido a su sitio de reclusión, teniendo como piloto a nada más y nada menos que uno de los agentes más temibles del proceso revolucionario, el sujeto que con su mazo destruye lo que le da la gana. Este mafioso declaró que la vida de López estaba en peligro, y que su misma familia había convenido con él – en la biblioteca del hogar de los padres de López – que se entregara a la “justicia”, para que así el régimen velara por su protección.
Otro hecho insólito nace de esta situación.
Se entrega López a un sistema notoriamente injusto, atendiendo la orden de captura de un régimen asesino, que le promete velar por su vida y protegerlo de las amenazas que se ciernen sobre su cabeza. Aquí la paradoja parece más bien una broma de algún chistoso del infierno. Cualquier historia concebida por García Márquez palidecería.
Una vez recluido, López y su familia comienzan un periplo legal nada envidiable, donde lo más resaltante es la esperanza que manifiestan de probarle su inocencia al sistema que lo procesa, y recibir justicia del juez de la causa, una funcionaria que trabaja para una pantomima.
Pasan los meses y vemos galerías fotográficas de López en su vida cotidiana como preso. Aprende a tocar cuatro, se deja crecer la barba y pinta dibujos hermosos. También emite declaraciones públicas. Logra grabar videos y éstos salen a rodar por las calles, escribe cartas que todos leemos, hace campaña electoral para su partido, nunca más habla de calle ni constituyente, es entrevistado durante media hora por CNN en prime time, convoca marchas, saca fotos y más fotos, menos de la huelga de hambre a la que dice someterse; y la esposa se transforma en su vocero internacional, además nos presenta a sus hijos, esos niños bellos e inocentes, que son retratados para el público en las peores circunstancias.
Poco a poco su causa resuena en el mundo, y conmueve a dignatarios, académicos, y personalidades de la farándula.
Pasan los meses, y todo el proceso judicial que se le sigue muestra sus muecas grotescas y le escupe a diario al deber ser. Hasta el último momento, su esposa declara que se hará justicia, que el Estado no probó nada y que la juez tendrá que dictar sentencia favorable. Llega incluso a declarar que le dijo a sus hijos que esperaran a su padre con los brazos abiertos, porque finalizado el juicio, la sentencia no podía ser otra que la liberación de su marido.
Toda la historia de este caso es extraordinaria. La sentencia de López es una crueldad cantada que suma a la montaña de crueldades del régimen que nos secuestra; un régimen sádico que tiene a otros presos políticos, como Vasco Da Costa, comiendo caraotas con gusanos y en celdas oscuras que apestan a excrementos y orine.
Pero su misma excepcionalidad, y la notoriedad que ha alcanzado, deberían servir de reflexión a un país que desaparece. Si de algo debe servir esta patraña a la que se sometió López es de material para comprender de una buena vez y para siempre el carácter criminal de un régimen que no se detendrá hasta destruirlo todo.
La cultura del espectáculo, a lo que ha degenerado la civilización occidental, hace que sea tentador para muchos convertir este penoso y trágico caso en una suerte de reality show, de esos que transmite “E entertainment television”.
Manipular sentimientos, usar niños y lágrimas, dibujos infantiles y tragedias auto infligidas se vuelven instrumentos poderosísimos para influir en las emociones de la gente y motivarlas a creer y hacer cosas que en otras circunstancias no harían. Es el método de la lástima, un vicio que se aleja del concepto de responsabilidad individual, el cual es imprescindible para el progreso de las sociedades.
El caso de López debería ser el punto final de la historia de ficción narrada por el conglomerado político que ha insistido en realidades fantásticas. Debería convertirse en el prólogo de la nueva historia, la de verdad, el mundo donde no hay gobierno sino mafia, y no existen posibilidades de usar instrumentos del régimen para lograr nada distinto a lo que quiera el régimen.
Pero ya hay indicios alarmantes de que el conglomerado no tiene intenciones de que esto sea así.
Lo que motiva estas letras es la angustia que siento al ver que no habían pasado tres minutos del anuncio de la sentencia, y ya aparecían los miembros del conglomerado político velando por la sobrevivencia de su cuento de mentira. La misma esposa de López anunció que leería una carta de su marido, pero que lo haría junto con la MUD y en un acto popular al día siguiente.
Por más que intento comprender, me cuesta sentir empatía ante semejante histrionismo en un momento tan delicado. Todo a partir de la sentencia me ha sonado a guión pre hecho, al nuevo episodio de un reality show donde la víctima principal, el espectador obligado, es el destino de un país, la nación de todos nosotros.
A Leopoldo López le deseo libertad y me siento asqueado de la injustica a la que fue sometido. Ninguna persona inocente merece un castigo semejante; pero no puedo omitir el hecho de que él mismo decidió someterse a un sistema que de antemano se sabía injusto y cruel.
Lo que hizo López con su entrega física fue coherente con eso que hace cada vez que incita al país a participar en las farsas electorales que monta el régimen para legitimarse y prolongar la vida de su aberrante existencia, una que ha destruido a Venezuela.
López decidió entregar su vida a una justicia que trabaja para el mal. El resultado fueron casi catorce años de injusta prisión donde su familia sufrirá lo indecible. Es un destino terrible que no se le desea a nadie.
Pero no podemos permitir que este hecho trágico en la vida de López y su familia, sirva de motor al conglomerado político para seguir impulsando su mundo de mentira, esa ficción donde nada bueno pasa.
Si López quiere libertad, y yo imagino que eso quiere, lo mejor que puede hacer es no seguir legitimando con sus palabras y acciones al régimen que le condenó injustamente; y nada mal le vendría separarse del conglomerado político que insiste en la ficción, mentira que ya para él, a partir de anoche, ha de transformarse en su peor enemiga.
Venezuela merece libertad… Leopoldo López y su familia también.
Llegó la hora de cambiar estrategia, y eso empieza por vivir la realidad y no el cuento.
@jcsosazpurua
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