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sábado, 25 de febrero de 2023

Los atavismos sociales del colectivismo y la planificación central.



Los venezolanos, y en general los latinoaméricanos, tenemos una tendencia de querer planificar y sujetar toda activad a la supervisión del Estado bajo cualquier figura “benevolente” dotada de una carga moral superior que vele por el bienestar y la libertad ciudadana. Somos nosotros mismos los que, inadvertidamente, fundamentamos las bases de las tiranías presentes y futuras. 

Hemos desarrollado la creencia de ser poseedores de una idea vital para el desarrollo social pero, que los niveles cognitivos de nuestros compatriotas no alcanza para entenderla y, que por tanto, en virtud de un bien superior, deberá ser impuesta en principio.

En primer lugar, para abordar el tema central de este artículo debemos partir del siguiente planteamiento: El Estado, de acuerdo a cada uno de sus niveles e instituciones, planifica en función de brindar seguridad ciudadana y estabilidad interna frente a las amenazas externas e internas; planifica también en función de un sistema de justicia que garantiza la resolución de conflictos y sostenimiento de la paz ciudadana. Y finalmente planifica el sostenimiento y la construcción de obras públicas que son vitales para la supervivencia del propio Estado: grandes autopistas, aeropuertos, puertos, puentes, edificios públicos, es decir; todo cuanto significa garantizar el comercio y toda actividad de movilidad social con lo cual se desarrolla una nación, así como también, la operatividad institucional que se requiere para todo ello. No hay otras funciones atribuibles a la actividad Política del Estado a través de sus instituciones de gobierno, El Estado no está para planificar la sociedad, tal cosa conlleva al declive de la libertad.

Segundo, debemos comprender que el problema con los controles es precisamente que son instrumentos que limitan la libertad ciudadana, es decir; la libertad que tiene un ciudadano para poder desarrollar ciertas actividades. En tal sentido, hay que tener mucho cuidado con cada nueva normativa aprobada, pues ellas en sí mismas son parte del contrato social que hacemos los ciudadanos con el Estado, en tal sentido ¿Cuánta libertad estamos dispuestos a ceder? “Quien empeñe su libertad a cambio de seguridad, termina sin ambas” Benjamin Francklin. Por supuesto esta frase debe ser tomada en su justa medida, llevarla al extremo solo sirve para que pierda su sentido. 

A partir de los planteamientos antes expuestos tenemos que definir cuáles son los límites que tiene el Estado para ejercer violencia legítima  -leyes- frente a la actividad ciudadana. No son los límites de la libertad ciudadana los que deben ser puestos en cuestionamiento, sino los limites que tiene el Estado para cercenarlos. El Estado no es un ente sobrenatural despojado de toda maldad humana, no es un ser de luz mesiánico; el Estado son instituciones manejadas por hombres para cumplir funciones especificas dirigidas a la seguridad, justicia, y contratación de obras públicas. Esos hombres tienen sed de poder, y son ambiciosos. De acuerdo a la teoría de élites: quienes ejercen la política como profesión son personas propensas a querer acumular poder absoluto. Es por ello que los funcionarios públicos deben ser limitados en sus funciones y prerrogativas. “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente” Edmund Burke.

Finalmente, los controles y la planificación central fuera de las funciones naturales del Estado siempre fracasan, lo cuál conlleva a que el público en general perciba al gobierno, y a los planificadores burócratas encargados de planificar y ejecuta la acción de gobierno, como débiles ante las circunstancias; a partir de esa percenpción colectiva la reacción inmediata del público siempre tenderá a pedir más controles, muchos más fuertes que los anteriores, “porque se requiere de orden y personas fuertes que impongan ese orden”. Así, cada nuevo control se percibe insuficiente, y el caos e inestabilidad imperantes -por ejemplo, algo tan “simple” como montañas de basura en las calles- induce a niveles de stress y ansiedad en una sociedad que en su desespero termina por ceder cada vez más libertad a cambio de seguridad y estabilidad. Así, De forma inadvertida decía Hayek, la sociedad va construyendo su propio camino de servidumbre. 

En tal sentido, hay que cuidarse de políticos cuyo discurso se alimente de “amor por los pobres”, también de discursos extremistas con soluciones únicas, así como también; de diagnósticos sin soluciones, especialmente los que no respondan  al “como”. Hay que cuidarse de la demagogia, y del realismo mágico. Pero fundamentalmente, hay que cuidarse de las visiones políticas que plantean como solución a nuestros problemas más control por parte del Estado: el colectivismo no funciona en ninguna de sus versiones. La mejor planificación social la hacen los individuos libres, no el Estado. No se trata de una opinión, sino de un hecho histórico. 

Joelvin Villarreal V  
Politólogo.

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